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¡Y ÉL LOS RECIBIÓ!
Un sermón escrito por Dr. R. L. Hymers, Jr., Pastor Emérito “Y cuando la gente lo supo, le siguió; y él les recibió, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que necesitaban ser curados” (Lucas 9:11; p. 1044 Scofield). |
Cristo había enviado a los Apóstoles a predicar el Reino de Dios. Cuando ellos regresaron, los llevó a un lugar desierto para descansar. Mateo nos dice que ellos fueron en barco. Pero no hubo oportunidad de descansar. Una gran multitud siguió a Jesús hasta aquel lugar desierto. Corrieron por la orilla siguiendo al barco. Cada vez más personas se unieron a ellos en el camino. Mientras corrían de pueblo en pueblo, la gente preguntaba por qué había tanto entusiasmo. Dijeron que iban a escuchar a un gran profeta y verlo realizar milagros. Eso hizo que la multitud creciera cada vez más a medida que corrían. Cientos de personas ya se encontraban allí cuando el barco se acercó a la orilla.
Cristo había ido allí a propósito para estar solo. Él y los discípulos necesitaban un descanso. Si Él hubiera sido como nosotros, Él se habría enfadado. El no querría que lo molestaran. Ellos eran una multitud grosera y tumultuosa. Había cinco mil personas empujándose y empujando para acercarse a Él. Sin embargo, Jesús no mostró enojo. Se nos dice que “él les recibió” (Lucas 9:11). El Dr. Rienecker dice que la palabra Griega es aún más fuerte. Él dice que significa “bienvenido” (Fritz Rienecker, Ph.D., A Linguistic Key to the Greek New Testament, [Una Clave Lingüística para el Nuevo Testamento Griego] Zondervan Publishing House, 1976, p. 165; nota sobre Lucas 9:11). Según el Dr. Rienecker el texto quedaría así,
“Y cuando la gente lo supo, le siguió; y él les recibió…” (Lucas 9:11).
Jesús abierta y alegremente dio la bienvenida esa gran multitud. Dado que Él les dio la bienvenida en ese momento inconveniente, podemos estar seguros de que Él recibirá a la gente hoy en todo momento. Al leer los cuatro Evangelios, encontramos que Él siempre recibió a los pecadores. Él nunca rechazó a nadie. Él estaba disponible para los pecadores día y noche. ¡Cristo recibió y dio la bienvenida continuamente a los pecadores! Su voz los llamó a venir a Él. Sus manos les hicieron señas para que vinieran. La sonrisa en Su rostro mostró que Él los quería. Estaba encantado de tenerlos,
“Él les recibió.”
“Él les dio la bienvenida.”
“Ven…el que quiera” (Apocalipsis 22:17; p. 1310).
“Él les recibió.”
“Él les dio la bienvenida.”
Hay dos lecciones en ese texto para nosotros esta tarde.
I. Primero, el ejemplo de Jesús debería enseñarnos a dar la bienvenida a los pecadores.
Dondequiera que estuvo Jesús, dio la bienvenida a los pecadores. La Biblia nos dice esto.
“Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos” (Mateo 9:10; p. 967).
Los Fariseos criticaron a Jesús por hacer eso. Lo regañaron y lo llamaron “amigo de publicanos y de pecadores” (Mateo 11:19).
Pero deberíamos seguir el ejemplo de Jesús en lugar del de los fariseos. Cuando los pecadores vienen a nuestra iglesia deben sentirse tan bienvenidos como aquellos que vinieron y cenaron con Jesús.
“Él les recibió.”
“Él les dio la bienvenida.”
Matthew Henry dijo “la amable recepción que les brindó. Ellos lo siguieron...Y aunque con ello molestaron Su reposo [descanso] que él planeaba para sí mismo y para sus discípulos, aun así les dio la bienvenida” (Matthew Henry's Commentary on the Whole Bible, [Comentario de Matthew Henry sobre toda la Biblia] Hendrickson Publishers, reimpresión de 1996, volumen 5, p. 538; nota sobre Lucas 9:11). Matthew Henry continuó diciendo,
Nuestro Señor era de espíritu libre y generoso. Sus discípulos dijeron, Despídanlos para que consigan víveres; pero Cristo dijo, “No, dadles vosotros de comer; Dejemos que lo que tenemos llegue tan lejos como pueda, y serán bienvenidos.” Así ha enseñado tanto a los ministros como a los Cristianos a ser Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones, I Pedro 4:9 (Matthew Henry, ibid.).
Alimentamos a todos los que vienen a los servicios en nuestra iglesia. Pero hagamos más que eso. Hagamos como hizo Cristo y mostrémosles amistad, hospitalidad y bondad. Que nadie salga jamás de nuestra iglesia y pueda lamentarse, como lo hizo David,
“Mira a mi diestra y observa, pues no hay quien me quiera conocer; No tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida.” (Salmos 142:4; p. 639).
El mundo actual hoy en día es un lugar frío y solitario. Muchos hogares están quebrantados. Los padres a menudo estar demasiado ocupados para hablar mucho con sus hijos. Un estudiante universitario me dijo recientemente que su padre nunca hablaba con él. A otros sólo se les regaña y se les critica en sus hogares. Cuando vienen a nuestra iglesia, deben sentir el amor de Cristo. Deben sentir que los amamos y los queremos, que estamos abiertos a ellos, que les damos la bienvenida, como lo hizo Jesús.
“Cristo…dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (I Pedro 2:21; p. 1275).
“Él les recibió.”
“Él les dio la bienvenida.”
¡Nosotros también deberíamos hacerlo! ¡Nosotros debemos seguir el ejemplo de Jesús y dar la bienvenida a los perdidos a nuestra iglesia con los brazos abiertos, en amor Cristiano! Oremos por un poder espiritual radiante, por un amor ferviente entre nosotros, unos por otros y por los perdidos.
“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor [Cristiano], vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor [Cristiano], nada soy” (I Corintios 13:1-2; p. 1181).
Jesús dijo,
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35; p. 1091). “Y cuando la gente lo supo, le siguió; y él les recibió” (Lucas 9:11).
Ésa es la primera lección. Cuando los perdidos vengan a la iglesia, démosles la bienvenida como lo hizo Jesús. Hacerles saber y sentir que queremos que estén con nosotros. Pero hay una segunda lección.
II. Segundo, ¡Jesús te da la bienvenida!
“Él les recibió.”
“Él les dio la bienvenida.”
¡Y Él te recibirá! ¡Él te da la bienvenida! ¡Él quiere que vengas a Él! Spurgeon dijo,
Encontramos a través de su vida que él siempre recibió a los pecadores y nunca rechazó a nadie…Siempre se podría haber dicho de él, “Este recibe y dio la bienvenida a los pecadores.” Su lema era, “El que quiera, que venga.” (C. H. Spurgeon, “Welcome! Welcome!” [“¡Bienvenido! ¡Bienvenido!”] The Metropolitan Tabernacle Pulpit, Pilgrim Publications, 1973 reprint, vol. XXVII, pp. 581-582).
Déjame dejar esto lo más claro posible. Cristo recibió a todos los que vinieron a Él, incluso en el momento más inconveniente. Si tú no estás convertido, ven a Él. "Pero," alguien dice, “yo no tengo suficiente convicción.” ¿Tú crees que obtienes la salvación desarrollando suficiente convicción? Ese es un triste error. ¡Nadie gana la salvación por sus propios esfuerzos de auto mortificación o juicio propio!
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8; p. 1208).
Jesús dijo,
“Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37; p. 1079).
¿Tú estás convencido de que necesitas a Jesús? ¡Entonces ven a Él!
“Él les recibió.” “Él les dio la bienvenida.”
¡Y Él te recibirá! ¡Y Él te dará la bienvenida!
Cántalo una y otra vez; Cristo recibe a los hombres pecadores; Haga que el mensaje sea claro y sencillo: Cristo recibe a los hombres pecadores. (“Christ Receiveth Sinful Men” [“Cristo Recibe a los Hombres Pecadores”] de Erdmann Neumeister, 1671-1756; traducido por Emma F. Bevan, 1827-1909).
“Pero,” tu dirás, “ahora él está muy arriba en el cielo.” ¡Sí, Él esta! ¡Gracias a Dios por eso! Él fue a la Cruz y murió para pagar por tus pecados. Él derramó Su Sangre para que tus pecados pudieran ser lavados ante los ojos de Dios. Y Él resucitó corporalmente de entre los muertos y ascendió de nuevo al cielo. Él está ahí para perdonar tus pecados y darte vida eterna. Sí, Él está sentado a la diestra de Dios. ¡Pero Él no ha cambiado! Él es el “Este mismo Jesús” (Los Hechos 1:11) que Él estaba en la tierra.
“Él les recibió.”
“Él les dio la bienvenida.”
Él es el “mismo Jesús” hoy. Cuando Él estuvo en la tierra, Él no los expulsó cuando vinieron a Él, ¡y Él no te expulsará cuando tú vengas a Él ahora! Él dijo,
“Y al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).
¡Ven a Jesús! Él te recibirá. Él te dará la bienvenida. Por favor, párense y canten nuestro himno.
Escucho Tu voz de bienvenida, Que me llama, Señor, a Ti Para limpiar en Tu sangre preciosa Que fluyó en el Calvario. ¡Ya vengo, Señor! ¡Vengo ahora a Ti! Lávame, límpiame en la sangre Que fluyó en el Calvario. Aunque vengas débil y vil, Tú aseguras mi fuerza; Tú limpias completamente mi vileza, hasta dejarlo todo limpio y sin mancha. ¡Ya vengo, Señor! ¡Vengo ahora a Ti! Lávame, límpiame en la sangre Que fluyó en el Calvario.
Es Jesús que me llama a perfecta fe y amor,
A perfecta esperanza, paz y confianza, Para la tierra y el cielo arriba.
¡Ya vengo, Señor! ¡Vengo ahora a Ti!
Lávame, límpiame en la sangre Que fluyó en el Calvario.
(“I Am Coming, Lord” [“Ya Voy, Señor”] por Lewis Hartsough, 1828-1919).