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EL DON INEFABLE

por Dr. R. L. Hymers, Jr.

Un sermón predicado en el Tabernáculo Bautista de Los Ángeles
La Noche del Día del Señor, 25 de Enero, 2015

“¡Gracias a Dios por su don inefable!” (II Corintios 9:15).


En 1994 un terremoto sacudió nuestra casa a media noche. Eso me hizo pensar en el valor de las cosas que estaban adentro de nuestra casa. Pensé en la casa incendiándose. ¿Qué si se quemaba? ¿Qué si solo tenía tres minutos para escapar? ¿Qué sacaría conmigo? Entonces pensé que iría al armario y sacaría del cajón los rizos de cabello del primer corte de pelo de mis hijos, y mi zapato de bebé de bronce de la repisa del armario. Si tuviera otro minuto, tomaría el retrato de mi madre con mis hijos. Otros segundos y sacaría el vestido de novia de mi esposa, que está sellado en caja, y unas piezas de porcelana de la época de la Depresión que le regalaron a mi madre en su boda en 1934.

¿Qué costarían esas cosas? Casi nada. Quizá $25 por ese vestido de novia viejo. Lo demás serían cosas sin valor con relación al dinero. ¡Pero para mi no tienen precio! Los dones más grandes están atados en nuestros corazones, y en nuestras almas.

Después de que mi abuela murió, me dijeron que su casa sería limpiada al día siguiente. Tuve problemas para llegar allí. Corrí a la casa y tomé una sola cosa – una maceta vieja con una planta enredada que crecía en ella. Era algo que le gustaba a ella, y eso es todo lo que tomé. Al escribir este sermón miré esa planta en mi escritorio. He guardado esa planta conmigo dondequiera que he ido por casi sesenta años. No vale dos dólares, pero eso es todo lo que tomé de su casa siendo un chico de quince años de edad. ¡No valía $2, pero fue invaluable para mí! Los dones más grandes están atados en nuestros corazones y en nuestras almas.

Cuando mi primo Johnny y su esposa fallecieron, fui a su casa. La vendieron y todo dentro de la casa desaparecería el día siguiente. Todo estaba en una pila en el salón de enfrente. Alguien me dijo, “¿Quieres algo?” Yo dije: “Sí, quisiera ese pedazo de madera con los patos grabados en ella”. Me la dieron y me fui triste. Hasta el día de hoy cuelga en la pared de la recamara de mi hijo. Era de la casa donde viví cuando tenía trece años de edad. ¡No vale ni $25, pero para mí no tiene precio! Los dones más grandes están atados en nuestros corazones y en nuestras almas.

Cuando vendieron la casa de mi madre, ella llamó y dijo: “Si quieres algo, te lo tienes que llevar hoy, hoy es el último día”. Ya era después del mediodía. ¡No sé por qué no me llamaron uno o dos días antes! Me fui y renté un camión. Tomé su piano viejo, una par de patos de yeso, y dos bustos de yeso – uno de un Indio Americano y el otro de un vaquero Español. Todos juntos valían menos de $200. ¡Pero no te los vendería ni por $10,000! Para mi no tienen precio. Sí, los dones más grandes están atados en nuestros corazones y en nuestras almas.

Un vestido de novia viejo, dos rizos de pelo, una planta en maceta, un par de piezas de porcelana, un piano roto, dos bustos empañados – para el mundo una pila de basura – ¡pero para mí valen más de una fortuna! No te puedo describir, ni explicar, su precio ni su valor. Ves, los dones más grandes están atados a nuestros corazones y en nuestras almas.

Tenía un amigo en la secundaria que se llamaba Mike. Después de que salí de la escuela él se desalentó y cometió suicidio. Yo visité a su mamá. Le dije que él era amigo mío. Ella trató de darme la maquina de escribir de él, ella trató de darme su ropa. Ella estaba en choque y agobiada por la trágica pérdida de su hijo único. Si ella hubiera sido rica, estoy seguro que hubiera dicho: “Tengo mansión en Beverly Hills. Tengo 10 millones de dólares en el banco. Tengo un collar de diamantes carísimo. Pero lo daría todo si pudiera recuperar a mi hijo”. Ves, los dones más grandes están atados en nuestros corazones y nuestras almas.

Cuando leo el siguiente texto, escrito por el Apóstol Pablo, pienso que sé lo que él quería decir:

“¡Gracias a Dios por su don inefable!” (II Corintios 9:15).

La palabra Griega traducida “inefable” es anĕkdiēgētōs. Significa “aquello que no se puede explicar por completo, que es indescriptible” (James Strong). Significa que “no se puede expresar” (George Ricker Berry). Se refiere a un don que no puedes explicar por completo, ni describir, ni expresar con palabras. ¡Habla del Señor Jesucristo – el don de amor de Dios a un mundo pecaminoso, perdido! Piensa en ello bajo esos términos.

I. Primero, el don de Dios, Jesús, hizo la tierra un lugar especial.

Cuando Dios envió a Jesús a nosotros, hizo a nuestro pequeño mundo un lugar muy único. No hay otro lugar en las inescrutables regiones de este vasto universo que sea como ésta tierra. La tierra es absolutamente única. Entre los incontables planetas y estrellas, no hay otro como nuestra tierra. ¿Pero, por qué es la tierra diferente a cualquier otro planeta en el sistema solar?

Si dices: “La tierra es diferente porque hay vida aquí”, el incrédulo dirá: “no”. Él dirá que hay otros mundos y otros planetas donde habita la vida. No puedes discutir con eso. Puedes decir que no es cierto, pero no lo puedes probar. Puede haber vida en otros planetas. Eso no es lo que hace a nuestro planeta diferente. En el análisis final, lo que hace a nuestro planeta único y especial es el hecho de que Jesús vino aquí. Del mundo no visto donde vive Dios, de otra dimensión, del Tercer Cielo, Jesús descendió y vivió entre nosotros. La Biblia dice:

“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley” (Gálatas 4:4).

Cuando llegó la hora, “Dios envió a su Hijo”. Él envió a Jesús. La palabra Griega es ĕxapŏstellō (enviar, enviar hacia adelante, enviar afuera). ¿Desde donde fue Jesús enviado? ¿Desde dónde fue enviado? ¡Él fue enviado desde el Cielo! Él fue enviado hacia el vientre de una mujer, la Virgen María. Él fue enviado del Tercer Cielo a este mundo nuestro. ¡Eso es lo que hace a nuestro mundo diferente! ¡Eso es lo que hace a este mundo único! Jesús vino aquí, a este planeta pequeño, a esta tierra pequeña nuestra. ¡El Hijo del Gran Regidor del cosmos, de las estrellas y del universo, ese Hijo fue enviado a este planeta y no a otro! ¡“Dios envió a su Hijo” a esta pequeña isla, a este planeta tierra – y no a otro! ¡Dios envió a Su Hijo a esta tierra, y eso es lo que hace a nuestro planeta diferente de todos los demás en el universo inimaginable, infinito, de Dios! ¡Jesús vino aquí! ¡Y eso es lo que nos hace diferentes! “Dios envió a su Hijo”, y Él “fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). William Booth fue el fundador de El Ejercito de Salvación, como era antes. Su nieto escribió este bello himno:

Desde Su gloria,
   Historia eterna,
Vino mi Dios y Salvador,
   Y Jesús era Su nombre.
Nació en pesebre,
   Ajeno a los Suyos,
Varón de dolores, lagrimas y agonía.
   (“Down From His Glory” por William E. Booth-Clibborn, 1893-1969;
      nieto de William Booth, fundador del Ejercito de Salvación).

En lo profundo del Condado de Orange, en la ciudad de Yorba Linda, hay una casita blanca. Sólo tiene dos habitaciones pequeñas y una pequeña cocina en el primer piso, y una pequeña habitación en el ático. Sin embargo, miles de personas han caminado a través de la sala y la cocina de esa pequeña casa en los últimos años. Yo mismo he caminado a través de esa pequeña casa al menos 40 veces cuando he llevado a visitas allí a verla. ¿Por qué tanta gente va allí? ¿Qué hace esa pequeña casa tal atracción? Es debido a quien nació allí. El presidente número 37 de los Estados Unidos, Richard M. Nixon, nació en aquella pequeña habitación en el primer piso. ¡Eso es lo que hace la casa especial! Es debido a quien nació allí. Cuando él falleció, cinco presidentes estuvieron presentes con cuatro mil personas más, mientras Billy Graham predicaba el sermón fúnebre, frente a esa pequeña casa, debido a quién había nacido allí. Un presidente nació allí. ¡Y la tierra se distingue como un lugar único, un lugar especial en el universo, porque Jesucristo descendió y nació aquí! ¡En este lugar! ¡En este planeta!

“¡Gracias a Dios por su don inefable!” (II Corintios 9:15).

II. Segundo, el don de Dios, de Jesús, hizo la vida humana sagrada.

Después del Gran Diluvio, Dios le habló al patriarca Noé:

“El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre” (Génesis 9:6).

El hombre es hecho a imagen de Dios. El hombre lleva la estampa de Dios. Por lo tanto Dios Mismo instituyó la pena capital para aquellos que tomaran la vida humana con asesinato. La vida humana fue para siempre santificada por el don de Jesús, el Hijo de Dios. Y es por eso que apartamos un Domingo en Enero todos los años como “El Domingo del Derecho a la Vida”. Lo conmemoramos el Domingo pasado, el cual fue el aniversario cuarenta y cinco de [el caso] Roe v. Wade, cuando unos cuantos hombres en sotanas negras dijeron que sí era legal que una mujer matara a su bebé. Desde entonces 57 millones de bebés han sido matados por el aborto. ¡Señor, ayúdanos!

Yo dije todo eso en mi sermón el pasado Domingo por la mañana. Cuando lo hice, una mujer y su hija se levantaron aprisa y salieron de nuestra iglesia. Supongo que es por eso que la mayoría de los predicadores nunca hablan sobre el aborto. Pero eso es una pena, porque cada mujer que ha tenido un aborto tiene que ser limpiada por la Sangre de Jesús. ¡Yo hubiera querido que aquella joven se hubiera quedado para oír del amor que Jesús tiene por ella! Sin ser limpiada por la Sangre de Jesús, la conciencia de la mujer la atormentará por el resto de su vida. Y la perseguirá a lo largo de los siglos de la eternidad. “¡Yo maté a mi bebé! ¡Yo maté a mi bebé! ¡Oh Dios, maté a mi bebé!” Ese pensamiento perseguirá a una mujer así por todo el tiempo y toda la eternidad. ¡Tu profesor izquierdista, laico, de la universidad no te dirá eso! Un psiquiatra secular con mente muerta no te dirá eso. ¡Pero tu propio corazón y tu propia conciencia te dirán eso siempre si has tenido un aborto! “¡Oh, Dios! ¡Yo maté a mi bebé!” Los laicos que rechazan a Dios hablan del “derecho de elegir” de la mujer. ¡Pero nunca le dicen a una chica de las pesadillas interminables que tendrá para el resto de su vida! ¿Por qué? ¡Porque la vida humana es sagrada, por eso! ¡El hombre fue hecho a imagen de Dios, es por eso!

El otro día me aprendí la segunda estrofa de aquella vieja canción, “El Amor de Dios”, fue escrita por un pobre lunático en un asilo de locos. Después de que murió, ellos hallaron estas palabras escritas en la pared de su celda:

Cuando se acabe el tiempo, y los tronos y los reinos del mundo caigan,
   Cuando los hombres que no oraron, clamen por las rocas y las montañas,
El amor de Dios permanecerá, fuerte y sin medida,
   Redimió la raza de Adán – canción de ángeles es.
¡Amor de Dios, cuan rico y puro! ¡Sin medida y potente!
   Por siempre permanecerá, canción de ángeles es.
(“The Love of God” por Frederick M. Lehman, 1868-1953;
      segunda estrofa anónima).

El don de Dios en Cristo Jesús siempre ha santificado a la raza humana, aun la vida de aquel pobre que murió en una celda en un asilo de locos. Como ser humano él era precioso ante los ojos de Dios. ¡Dios lo amaba y envió a Jesús a morir por él y salvar su alma! “Gracias a Dios por su don inefable” (II Corintios 9:15).

III. Tercero, el don de Dios de Jesús hizo posible el perdón de nuestros pecados y la salvación de nuestras almas.

Escucha otra vez aquel gran pasaje de la Escritura que el Sr. Prudhomme leyó antes del sermón:

“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:6-9).

Cuando Jesús murió en la Cruz, Él pagó la pena completa por nuestros pecados. “Cuando aún éramos débiles”, a su tiempo murió [Jesús] por los impíos” (Romanos 5:6). Nosotros éramos débiles suficiente para no complacer a Dios y salvarnos a nosotros mismos. Nosotros éramos impíos todos. Pero [Jesús] “murió por los impíos” ¡Ese es el don inefable de Dios!

Todos éramos pecadores. Pero “siendo aún pecadores, [Jesús] Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). ¡Ese es el don inefable de Dios!

“Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:9). ¡Su muerte en nuestro lugar – eso es el don inefable de Dios ¡La justificación, la limpieza de todo nuestro pecado por Su Sangre – ese es el don inefable de Dios!

Y todo lo que Dios nos pide que hagamos es que nos volteémos de nuestros pecados y confiemos en Su Hijo, el Señor Jesús. ¡El momento en que confías en Jesús eres salvo! ¡Ese es el don inefable de Dios a todo el que confía en Jesús!

¡Salvo! ¡Salvo! ¡Mis pecados perdonados, mi culpa no está!
¡Salvo! ¡Salvo! ¡Salvo soy por la Sangre del Crucificado!
   (“Saved by the Blood” por S. J. Henderson, siglo 19).

Preciosa Sangre Él derramó que trae bendición;
Ven hoy al rojo manantial Y limpio quedarás.
A Jesús ven, a Jesús ven, Y confía en Él,
Él te salvará, Él te salvará, Él te salvará.
   (“Only Trust Him” por John H. Stockton, 1813-1877).

¿Qué significa confiar en Jesús? Significa ponerte en Sus manos, como confiarías en un buen doctor. Cuando yo tenía siete años, el Dr. Pratt le dijo a mi madre que mis amígdalas tenían que sacarse. Me dio terror cuando mamá me dijo que tendrían que “ponerme a dormir”. Tuve miedo. Me daba miedo ser “puesto a dormir”. Después de todo, yo solo tenía siete años. Cuando llegamos al hospital mi corazón palpitaba rápido y yo temblaba. Yo no sabía lo que me sucedería cuando me “pusieran a dormir”. Una enfermera grande, temible, vestida de blanco, entró y me preparó. ¡Tuve tanto temor que casi salté y salí corriendo! Pero luego el Dr. Pratt llegó. Yo lo había conocido toda mi vida. Él me había recibido cuando nací, y había sido mi doctor desde entonces. Era un anciano bueno. Yo lo amaba. Y yo confiaba en él. Él me dijo: “No te preocupes, Robert. Todo va a pasar en unos minutos”. Mi corazón dejó de palpitar rápido porque yo confiaba en el Dr. Pratt. En un momento me habían “puesto a dormir”. En otro momento, desperté sonriendo. El Dr. Pratt me dijo: “Ya estuvo, Robert. Podrás ir a casa pronto”. Yo confié en aquel doctor bueno. Eso es lo que quiero que hagas con Jesús.

A Jesús ven, a Jesús ven, Y confía en Él,
Él te salvará, Él te salvará, Él te salvará.

Dr. Chan, por favor guíenos en oración. Amén.

(FIN DEL SERMÓN)
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Oprime en “Sermones en Español”.

Puedes enviar un correo electrónico a Dr. Hymers a rlhymersjr@sbcglobal.net
(Oprime Aquí) – o puedes escribirle a P.O. Box 15308, Los Ángeles, CA 90015,
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La Escritura Leída por el Sr. Abel Prudhomme Antes del Sermón: Romanos 5:6-9.
El Solo Cantado por el Sr. Benjamin Kincaid Griffith Antes del Sermón:
“The Love of God” (por Frederick M. Lehman, 1868-1953).


EL BOSQUEJO DE

EL DON INEFABLE

por Dr. R. L. Hymers, Jr.

“¡Gracias a Dios por su don inefable!” (II Corintios 9:15).

I.   Primero, el don de Dios, Jesús, hizo la tierra un lugar
especial, Gálatas 4:4; Juan 1:14.

II.  Segundo, el don de Dios, Jesús, hizo la vida humana
sagrada, Génesis 9:6.

III. Tercero, el don de Dios, Jesús, hizo posible el perdón de
nuestros pecados y la salvación para nuestras almas,
Romanos 5:6-9.