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UNA TRISTEZA SUAVE Y VIOLENTA

por el Sr. John Samuel Cagan

Un sermón predicado en el Tabernáculo Bautista de Los Ángeles
La Mañana del Día del Señor, 30 de Abril del 2017

“Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre” (Lucas 8:43-44).


Una mujer había estado terriblemente enferma. Ella hizo todo lo que pudo para curar su enfermedad. Fue a los médicos, pero no pudieron curarla. Gastó todo el dinero que tenía para curar su enfermedad. Intentó todos los tratamientos que pudo, pero ninguno pudo curarla. Bajo el cuidado de los médicos de ese tiempo, ella sufrió a través de cada solución que ellos podrían ofrecer. Ella era considerada inmunda por el pueblo Judío de su tiempo. Ella vivía en un aislamiento religioso y social. Ella estaba sola y nadie podía hablar con ella.

Ella se había quedado sin opciones. Se había quedado sin esperanza. No tenía esperanza, hasta que vio a Jesús. Ella vio a Jesús en una multitud. Ella sabía que Jesús podía curarla. Tenía que llegar a Jesús. No sabía si podía alcanzar a Jesús. Él parecía tan lejano que parecía imposible que ella algún fuera curada. Pero ella lo había intentado todo, y sabía que la única persona que podía ayudarla era Jesús. Ella luchó entre la multitud, y extendió la mano hacia Jesús. No podía alcanzar a Jesús, pero podía tocar el borde de Su manto. En el momento en que ella tocó el borde del manto de Jesús, su enfermedad fue curada, y Jesús la completó. Esta historia se relaciona directamente contigo

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I. Primero, tú estás enfermo.

Toda la humanidad está enferma. La humanidad ha sido infectada con una enfermedad que ha volteado a la humanidad contra sí misma. Como resultado de esta enfermedad, las personas se lastiman unas a otras, se aprovechan unas de otras y, finalmente, se destruyen incluso a sí mismas. La enfermedad no es un secreto. La ciencia y la historia han encontrado esta enfermedad, aunque pueden llamarla nombres diferentes. Esta enfermedad es conocida por Dios como pecado. El pecado ha infectado a toda la humanidad. El pecado te ha infectado a ti. La Biblia dice:

“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).

Todo el mundo ha sido infectado con la enfermedad del pecado. Aunque el pecado es practicado y perfeccionado a lo largo de toda una vida, el pecado no necesita ser aprendido. El pecado naturalmente se desarrolla y se propaga dentro de ti. El pecado afecta todo lo que haces. Cuando eres deshonesto, es evidencia de la enfermedad del pecado. Cuando ves pornografía, es porque eres pecaminoso. Tú no te conviertes en pecador haciendo cosas que están equivocadas. Tu enfermedad del pecado es heredada. Tú naciste un pecador. Tú eres un pecador, y es porque eres un pecador, que hace cosas que están equivocadas. El pecado ha infectado tu corazón. En tus pensamientos silenciosos, quieres hacer muchas cosas terribles que no haces. Serías mucho peor de lo que eres si pudieras salirte con la tuya. Tu corazón puede imaginar mentiras tan fácilmente como tus pulmones fabrican la respiración. Tu corazón te permite desear cosas terribles en secreto y al mismo tiempo disfrazarte de una buena persona. Estás infectado por el pecado, y el pecado es lo que hace a la gente egoísta, engañosa y fea. La Biblia dice:

“Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Isaías 64:6).

El pecado es una enfermedad. El pecado tiene síntomas y efectos. Como resultado del pecado, las personas a menudo son profundamente infelices en sus propias vidas. Las personas están avergonzadas, deprimidas, y en dolor como resultado del pecado. En momentos de reflexión tranquila, a veces puedes sentir una oscuridad dentro de ti. De vez en cuando, puedes sentir dentro de ti la oscuridad que parece acompañar la ausencia de inocencia. Tu vida está ahogada por una sensación de vacío que casi no se puede describir. Tú has sentido los síntomas del pecado. A veces, has sentido profundamente dentro de ti mismo, la gravedad de tu condición, cuando te atrae con una tristeza suave y violenta. Has tenido momentos en los que te sientes de esta manera, pero de alguna manera sabías que no podías vivir sintiéndote así por mucho tiempo. Casi como si respondieras a un instinto de supervivencia, empezaste a buscar tratamiento. Y al igual que el resto del mundo, has comenzado a buscar los tratamientos que se pueden encontrar en este mundo.

“Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada” (Lucas 8:43)

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II. Segundo, tú has buscado tratamientos para tu enfermedad.

Han habido muchos tratamientos que se han ofrecido para los síntomas del pecado. La gente ha aprendido a ahogar los síntomas del pecado con placeres. En todo el mundo, la gente toma drogas para escapar de los síntomas del pecado. Algo acerca de estar vivo es insatisfactorio, y una píldora, o una aguja, o una botella, puede hacer que todo se vaya, aunque sólo sea por un momento. Tú también puedes perderte en el placer, como un método para evadir los síntomas del pecado. Tu droga puede no ser heroína o alcohol, pero sea lo que sea, es un tratamiento, y es adictivo.

Los tratamientos del placer se presentan en muchos disfraces. La gente hoy es adicta a los placeres del mundo virtual. Un estudio reciente discutido en Business Insider encontró que la persona promedio toca su teléfono inteligente de 2,000 a 5,000 veces cada día. La gente es adicta a la avalancha de información, comunicación y exploración que la tecnología les ofrece. Ellos están constantemente abrumados con datos, de modo que nunca tienen que pensar – para sentir los síntomas del pecado.

Tú tienes un teléfono inteligente en el bolsillo. En cada momento libre, tú te pierdes en tu teléfono. En los espacios entre acciones deliberadas, sin querer lo sacas de tu bolsillo. Tienes un escape. Tienes un tratamiento. Estás tratando los síntomas del pecado, pero no los has curado.

“Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada” (Lucas 8:43).

La tecnología te da acceso a otro mundo. La tecnología te permite encontrar un mundo que parece ser más deseable que en el que has nacido. La gente pasa horas todos los días en los sitios de Internet de redes sociales. La gente toma diez o quince o veinte fotos de sí mismos, antes de que puedan encontrar una perfecta presentación de sí mismos para consagrarla en su realidad virtual. Se presentan a sí mismos, como algo que no creen ser. Ellos cuidadosamente hacen cada foto y cada presentación, de modo que el mundo puede ver una versión ideal de lo que son.

Tienes una cuenta de Facebook. Tienes una cuenta de Instagram. También pasas tiempo, seleccionando los mejores ángulos y características de ti mismo, para que el mundo no vea a la persona que sabes que eres. Si lo haces bien, tal vez el mundo pueda convencerte de que eres bello, de que eres bueno, de que no estás sufriendo los síntomas del pecado. Has encontrado un tratamiento, pero no ha sido curado.

“Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada” (Lucas 8:43).

Observa qué ocupada se ha convertido tu vida. Sentir tu verdadera condición lleva tiempo. Por lo tanto, en un esfuerzo por escapar de tu verdadera condición, tú programas tu vida para estar ocupado a tiempo completo. Incluso tu tiempo libre no es libre. Tu conciencia está sobrecargada de distracción. Pasas horas cada día jugando juegos de video. Tu mundo virtual ha invadido el verdadero. Mientras estás sentado en clase, o en el tráfico, o en este sermón, estás pensando en llegar a casa, y jugar juegos de video, sólo un poco más. Estás demasiado ocupado para sentir la tristeza suave y violenta en tu vida. Estás demasiado ocupado para agarrar la realidad de tu propia situación.

Has perdido días enteros delante de una pantalla de computadora. No te gustó lo que se siente al estar sentado solo con tu propia mente, y así mantienes la constante compañía del Internet. No puedes parar ni siquiera un momento porque siempre estás conectado. Estás conectado a la música, a los juegos de video, al Internet, a experiencias placenteras, a cualquier cosa que no sea la realidad de la vida. Te dices a ti mismo que no tienes miedo de los síntomas del pecado. Haces todo lo que haces debido al aburrimiento. Haces estas cosas, porque son divertidas, no porque lo necesitas. Y sin embargo, si te detienes a notar cuanto estabas persiguiendo la diversión, puedes notar que estás corriendo por tu vida. No hay tiempo para preocuparse, porque has diseñado tu vida para estar demasiado ocupado. La Biblia dice:

“Más vale un puño lleno con descanso, que ambos puños llenos con trabajo y aflicción de espíritu” (Eclesiastés 4:6).

Te dices que no puedes evitar estar tan ocupado. Tienes un examen de medio año, y luego un proyecto, y luego un trabajo. Esto no cambiará algún día. Siempre estarás ocupado. Necesitas que tu vida sea así. Crees que en algún lugar en tu futuro, serás diferente. Crees que vas a graduarte, y empezarás a ganar dinero, y finalmente estarás orgulloso de quien eres. Pero no importa dónde te gradúes, no importa cuánto dinero ganes, no estarás satisfecho, y nunca será suficiente. La Biblia dice:

“Como salió del vientre de su madre, desnudo, así vuelve, yéndose tal como vino; y nada tiene de su trabajo para llevar en su mano” (Eclesiastés 5:15).

Tus esperanzas no serán nada para ti. Ninguna cantidad de dinero, y ningún trabajo perfecto de repente te otorgará con la más pura experiencia de vida que tu alma desea. Tu vida nunca te satisfará. No eres feliz. Estás sufriendo de los síntomas del pecado, y lo estás tratando. Estás tratando los síntomas del pecado, pero nunca encontrarás la cura.

“Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada” (Lucas 8:43).

Ningún tratamiento curará el pecado. Todo el placer del mundo nunca curará tu enfermedad del pecado. Todo el dinero en el mundo junto nunca comprará una cura. Una vieja canción lo pone así,

Oro y diamantes, que son sin contar,
   Ríos de plata, joyas sin par;
Todo ello junto, no puede comprar
   Paz en la noche, la conciencia librar.
(Traducción libre de “Acres of Diamonds”
      por Arthur Smith, 1959).

Tú no necesitas más tratamientos para tu enfermedad del pecado. Los tratamientos que tratas uno trás otro solamente manipulan tus síntomas. Los tratamientos manipulan los síntomas, pero no tratan definitivamente la enfermedad. Tú continuarás en tus tratamientos hasta que hayas agotado toda la vida que tienes. Y algún día, de repente, será demasiado tarde. Tu enfermedad del pecado ha empeorado y continuará empeorando. Tu enfermedad es crónica, maligna y terminal. Esta enfermedad del pecado te destruirá. La Biblia dice:

“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).

Necesitas una cura para tu enfermedad. Necesitas la única cura que hay. Necesitas a Jesucristo.

III. Tercero, la cura para tu enfermedad de pecado es Jesús.

La cura para tu enfermedad de pecado debe ir más allá de los tratamientos superficiales. Así como la mujer en nuestro texto lo hizo, debes alejarte de los tratamientos, y voltearte hacia Jesús.

“Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre” (Lucas 8:43-44).

Esta mujer había intentado todo lo que pudo, y nada curó su enfermedad, hasta que se volvió a Jesús. Aunque muchos lo intentaron, nadie más podía curarla. Ella se volvió a Jesús con su última desesperada esperanza, y Jesús la curó. Jesús es la única cura para la enfermedad del pecado. Sólo Jesús puede curar la enfermedad de tu pecado, porque sólo Jesús murió por tu pecado. Jesús es perfecto en todos los sentidos. Jesús es el Cordero sin mancha y sin pecado que llevó el peso de tu pecado en Su cuerpo a la Cruz. Fue clavado en una Cruz para expiar tu pecado. Jesús derramó Su Sangre como el antídoto para tu pecado. La Biblia dice:

“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:4-5).

Jesús hizo todo esto porque Él te ama. Jesús murió por tus pecados para que tu enfermedad del pecado pudiera ser curada. Tú eres un pecador. Has probado los tratamientos. Los tratamientos no han curado tu pecado. Ninguna dosis de ningún tratamiento lo curará. Estás sufriendo de la enfermedad mortal del pecado. Debes estar convencido de que estás enfermo. A menos que sepas que estás enfermo, estarás convencido de que la ausencia de síntomas demuestra que no necesitas una cura. Pero tú sí necesitas una cura. Jesús dijo:

“Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Marcos 2:17).

Debes ver y sentir las realidades de tu enfermedad de pecado. Y una vez que las hayas sentido, no recurras a ningún tratamiento, acude a la cura. Deja de enmascarar los síntomas del pecado, y vuélvete a Jesús. Sólo Jesús puede salvarte del pecado. La salvación que Jesús ofrece no se gana. La mujer fue curada, perdonada del pecado, y salvada por Jesús. Ella no pagó por su cura. Ella no persuadió a Jesús para que la curara. Parecía que ella no podía llegar a Jesús, pero ella se acercó a Él de todos modos. Ella se acercó a Jesús, y tocó el borde de Su manto, ¡y fue salva por fe! Aunque no puedas alcanzar a Jesús, ¡ve hacia Él! Aunque sientas que no puedes alcanzar a Jesús, ve a Jesús por fe, ¡y Él te salvará! Confía en Jesús por fe y Él te salvará. Confía en Jesús, y sé curado de la enfermedad del pecado. Amén.


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(FIN DEL SERMÓN)
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La Escritura Leída Antes del Sermón por el Sr. Noah Song: Lucas 8:43-48.
El Solo Cantado Antes del Sermón por el Sr. Benjamin Kincaid Griffith:
“Turn Your Eyes Upon Jesus” (por Helen H. Lemmel, 1863-1961).


EL BOSQUEJO DE

UNA TRISTEZA SUAVE Y VIOLENTA


por el Sr. John Samuel Cagan

“Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre” (Lucas 8:43-44).

I.    Primero, tú estás enfermo, Romanos 3:23; Isaías 64:6.

II.   Segundo, tú has buscado tratamientos para tu enfermedad,
Eclesiastés 4:6; 5:15; Romanos 6:23.

III.  Tercero, la cura para tu enfermedad de pecado es Jesús,
Isaías 53:4-5; Marcos 2:17.